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Siempre vuelvo a los 17

Por Gabriel Páramo///Semillero65

Ciudad de México,(18-Marzo-2024).-Volver a los 17, después de vivir un siglo, es como descifrar signos, sin ser sabio competente* (V. Parra 1962). Recordar mis 17 es vivir esta canción chilena con toda su intensidad. La vida de hace casi medio siglo estaba llena de colores violentos, sonidos vibrantes, sensaciones nuevas. A los 17 terminé el sexto de bachillerato y entré a la licenciatura en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. El mundo era nuevo e impresionante. Se investigaba el espacio, se peleaba por la emancipación de los pueblos de América; la guerra fría estaba bastante pareja.

México también vivía sus 17 años. Luis Echeverría, quien acabaría siendo recordado como asesino, hizo posible la entrada a México de cientos de exiliados chilenos (también hubo argentinos, uruguayos y de otras naciones hermanas) que enriquecieron nuestras vidas y que en lo personal, a mí me nutrieron con lecturas (desde Benedetti hasta Sorza, pasando por José Agustín, Fuentes y Navarrete), música, teoría política y decenas de empanadas y mucho vino tinto (que en realidad, tampoco me ha gustado demasiado nunca).

Los 17 (18,19), fueron los años de la teología de la liberación y el latinoamericanismo, que luego de algunas vueltas equivocadas habría de convertirse en marxismo más del lado trosko, aunque a varios les saque, ámpulas. Desde el final del bachillerato hasta la mitad de la carrera fueron los años de las lecturas nuevas, de las experiencias definitorias. De las visitas a ciudades perdidas, de la catequesis (repito, en teología de la liberación) en colonias populares, de los viajes a Sinaloa a tratar de preservar las tradiciones autóctonas de San Miguel Zapotitlán, de la militancia.

El amor es torbellino, de pureza original, hasta el feroz animal, susurra su dulce trino, detiene a los peregrinos, libera a los prisioneros* porque también, esos 17 (18, 19) fueron los años del amor, del sexo y de la pasión. De los planes fantasiosos y eternos (aunque de una eternidad muy corta) El amor es torbellino, de pureza original, hasta el feroz animal, susurra su dulce trino, detiene a los peregrinos, libera a los prisioneros, el amor con sus esmeros, al viejo lo vuelve niño, y al malo solo el cariño, lo vuelve puro y sincero*. Esos fueron los años del gran aprendizaje y (de)formación.

A los 17 salí del bachillerato en el Colegio Franco Inglés, institución solo para hombres que brindaba una formación muy sólida, pero con criterios disciplinares que ahora me parecen bastante cuestionables porque, en esos 17 (18, 19) entendí que ni la letra entra con sangre, que si el principio de autoridad de gobiernos priistas y militares sudamericanos es repugnante, también lo es en una escuela que pueden leer retratada en el notable libro de cuentos de Gerardo María Fábrica de conciencias descompuestas (1979)(spoiler: el autor estudió en el mismo colegio un año antes que yo).

Entré a la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, que en esos años fue una de las mejores de América, y sus maestros y directivos, y a la que llegué gracias a los consejos del siempre recordado Fidel Samaniego, a quien no me alcanzará la vida para terminar de agradecerle su sugerencia. Los 17 (18,19) son los años a los que siempre vuelvo cuando me siento frente a un teclado.

*Violeta Parra compuso “Volver a los 17” en 1962, pero se lanzó en 1966 en el disco “Las últimas composiciones”, su último álbum.

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