Por Gabriel Páramo///Semillero65
Ciudad de México,(16-07-2024).-Acabo de ver la película “Fly Me to the Moon” (Berlanti, 2024) que en México se llama “La otra cara de la Luna” y yo no tengo la culpa, ese nombre le pusieron. En un principio no tenía muchas ganas de verla, porque tenía el prejuicio que fuera una especie de homenaje a los conspiranoicos de “nunca llegamos a la Luna”, o una comedia romántica.
Estaba completamente equivocado. Por un lado, es un homenaje al esfuerzo titánico que se hizo por llegar a nuestro satélite el 20 de julio de 1969 –el Apolo 11 se lanzó el 16 de julio–, en el primero de cinco viajes, el último de los cuales –Apolo 17– se lanzó el 7 de diciembre de 1972. Por otro lado, es una feroz crítica a la publicidad, a la mala política y a los servicios secretos estadounidenses.
Mi niñez, que empezó hace 66 años, mi adolescencia y mi juventud estuvieron enmarcadas por una era de viajes espaciales protagonizados principalmente por la Unión Soviética y Estados Unidos. Desde el éxito del Sputnik 1 en 1957 (año de mi nacimiento) y el primer satélite artificial exitoso de apenas 83.6 kilos de peso, hasta el vuelo de Yuri Gagarin, primer cosmonauta de la historia de la humanidad, en el Vostok 1 el 12 de abril de 1961, seguido en 1963 por el viaje de Valentina Tereshkova, la primera mujer en el espacio, viví en la emoción permanente de la carrera espacial.
Recuerdo que en 1966 copié y coloreé, con ayuda de mi abuelita Carmen, la Friendship7, que llevó a John Glenn al espacio, el primer estadounidense en conseguirlo, en 1962. Recuerdo que la copia, de un dibujo tomado de la revista National Geographic que por ese entonces coleccionaba mi papá, me llenó de orgullo y casi hizo que me peleara con un compañero que salió con la tontería de “ese dibujo está muy bueno, seguro se lo hicieron a Páramo”.
Mi papá y mi mamá platicamos durante horas y horas sobre los viajes al espacio, la posibilidad de que el ser humano conquistara otros planetas y la posibilidad de que hubiera vida extraterrestre. Estas pláticas estaban alimentadas por lo que se decía en los medios de ese entonces, básicamente impresos, radio, televisión y cine, y por visitas a museos, como el Tecnológico, de la Comisión Federal de Electricidad, que en una ocasión presentó una muestra con modelos a tamaño real de muchas cosmonaves soviéticas. Yo creo que eso ha de haber sido alrededor de 1972-73.
Es cierto que el furor por el espacio duró relativamente poco, mucho menos de 20 años. Los viajes a la Luna se cancelaron, la Unión Soviética desapareció dejando a medio construir cohetes y naves prometedoras, Estados Unidos se dedicó a gastar en armas y escudos de “guerra de las galaxias” su presupuesto, y la exploración del espacio se volvió en una actividad un tanto vergonzante, y no ha sido sino a últimas fechas cuando ha vuelto a tener algún interés con las sondas a Marte, los telescopios espaciales, y multitud de naves automatizadas que surcan muchos lugares del espacio.
Entre estas, tienen especial significado las Voyager 1 y 2, operacionales luego de casi 50 años en el espacio y las primeras en llegar al espacio interestelar, luego de dejar atrás la heliopausa en agosto de 2012. Actualmente, tanto la Voyager 1, como su hermana la Voyager 2, las Pionner 10 y 11 y la New Horizons se consideran sondas interestelares.
Sobre “Fly Me to the Moon” debo añadir que me llenó de nostalgia con las imágenes del primer viaje a la Luna que me hicieron revivir años pasados llenos de emoción. Creo que esta cinta es importante porque se burla de conspiranoicos y cuestiona la ética de los negocios con la ciencia, particularmente la exploración espacial (Elon Musk, ¿estás oyendo, inútil?).
Además, me recuerda la canción “Ayúdame, Valentina” (Violeta Parra, no tengo el año) dedicada a Valentina Tereshkova, que en una de sus estrofas, asienta:
Qué vamos a hacer con tanto/ tratado del alto cielo,/ ayúdame, Valentina,/ ya que tú volaste lejos,/ dime de una vez por todas/ que arriba no hay tal mansión,/ mañana la ha de fundar/ el hombre con su razón/ mamita mía…