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Magdalena y Margarita: Las hermanas que saben vivir

Por Gerardo Romo/// Semillero65

Fresnillo, Zac,(20-03-2025).-Magdalena y Margarita Vázquez Barraza en la cocina hacen delicias para el paladar. Todo empieza con unas tortillas de harina echas a mano de las que se encarga Margarita, la menor, de 81 años, mientras Magdalena, de 91 pone, en la lumbre unos huevitos estrellados que combina con frijolitos y papitas. De segundo tiempo sale un menudito a la Chihuahua, con maíz pozolero. Ambas no dejan de sonreír, se echan algún chascarrillo picante o simplemente se abrazan con la mirada.

En esta casa donde abundan las plantas y también la comida deliciosa, la parábola de la multiplicación de los panes se hace realidad, pues doña Magdalena no le niega un taco a nadie, y sobre todo, lo da con alegría, no puede ser de otra manera, así lo ha hecho siempre.

“Yo en mi vida doy lo que tengo con alegría y como lo que más me gusta es hacer de comer, pues lo que doy con más gusto a quien me lo pide es alimento, aunque sea unos frijolitos con salsita echa a mano que no puede faltar”, dice. Y es que ella en su vida junto con Margarita, lo que han hecho es darse a los demás y sobreponerse a las dificultades con una fortaleza innata, que hoy saben, les viene de Dios.

Margarita le tiene a Magdalena un amor muy especial, pues ella fue su verdadera madre, quien la crió siendo apenas una niña, tras el abandono inesperado de quien la parió a ella y seis hermanas y hermanos más.

“Yo tuve tres mamás, la que me abandonó, mi hermana Magdalena, quien me crió, ella teniendo 12 años (era la mayor) y la chiva que se echaba panza arriba y yo me le pegaba para mamar de su leche”, rememora Margarita detrás de sus lentes. ¡Se me hace que gracias a esa chivita yo crecí sanota!, dice agradecida.

Margarita recuerda que sus juguetes eran unos palitos de madera que vestía con trapos, y de las tazas que se quebraban en casa juntaba los pedacitos que convertía en trastecitos; pero lo que más le viene a la mente es que su mamá-niña Magdalena la cargaba y con ella en brazos saltaba la cuerda.

Magdalena se encargó de criarlos mientras su padre se iba a la labor a sembrar maíz, frijol y cuidar el ganado que le encomendaban; así él daba sustento económico mientras la niña mayor les proveía como podía el sustento afectivo.

-A todos los traía bien limpiecitos, ponía una tinaja grande con agua que dejaba se calentara con el sol de mediodía y entonces los metía a bañar, también les remendaba sus ropas, porque mi abuela me enseñó a coser, así por muchos años, hice lo que podía- explica Magdalena quien al crecer y casarse también padeció abandono de su pareja y sola crió a sus hijas e hijos a quienes alimentó de amor, comida exquisita y comprensión.

Ambas recuerdan particularmente un cuarto donde su padre almacenaba en costales maíz y fijol que comían todo el año,la dieta básica entonces, a principios de los años cuarenta del siglo pasado era para esta familia y la mayoría, una tortilla con canelita de desayuno que se repetía en la tarde para la comida y en la cena. El manjar era cuando su padre las llevaba a la chimenea y ahí echaba los elotes a azar en medio de lo que para ellas eran gigantescas fumarolas.

De ese cuarto ambas sacaban un poco de frijol en bandejas pequeñitas que vendían en el pueblo… “¡sacábamos un veinte! que en ese tiempo valía mucho y así nos ayudábamos”, recuerdan.

También mandaban a escondidas a uno de sus hermanos a la tienda propiedad de uno de sus tíos quien por cada saludo, le daba una moneda, que después se multiplicaba en dulces para todos en casa.

De la abuela paterna, quien les repartía las tortillas con las que se alimentaban, también rememoran cómo les regalaba pellizcos y jalones de orejas a la menor provocación, sobre todo si no se ponían a rezar junto con ella, de rodillas a cada uno de los santos que la devota anciana tenía en su cuarto,eran más de 20. ¡Quería que rezáramos un rosario a cada uno! cuentan sonriendo.

-Un día sin que mi abuela se diera cuenta mi papá regresó de la labor, se metió a la casa y vio como me jalaba de las orejas porque me quedaba dormida cuando ella rezaba, mi padre le dijo que no nos volviera a pegar ni a tratar así, al poco tiempo nos fuimos de esa casa y dejamos a mi abuela-cuenta Margarita quien atribuye a esos jalones sus orejas grandes, que también le permiten escuchar pacientemente a los suyos, sus hijos, nietos, familia y amigos.

Vuelta a la tortilla

El tiempo pasó y las pequeñas niñas que crecieron entre el campo, abandono y maltrato se convirtieron en esposas, madres, abuelas, prometiéndose a sí mismas acompañar a sus hijos e hijas y darles amor en lugar de golpes, escucharlos, comprenderlos y así romper los moldes del pasado.

“Nos prometimos que nunca abandonaríamos a nuestros hijos y que los acompañaríamos siempre, no les haríamos lo mismo que nos hicieron”, recuerdan. Y cumplieron su palabra.

“Ya lo que pasó pasó y la clave es mirar para adelante, para dale amor a nuestros hijos, a la familia”, dicen las mujeres sabias.

Si Gilbert K Chesterton las hubiera conocido, seguro se habría referido a ellas como “Las mujeres que saben vivir”, pues fueron capaces de enfrentar las sombras de la vida y extraer de ella, la belleza para vivirla gozarla y amarla.

La comida sana del campo y el no acumular rencores en el corazón ha hecho que gocen hoy de una vida plena, sana. Tanto, que el cardiólogo y el geriatra se sorprenden por su vitalidad, buena memoria y alegría.

“A mi lo que me mantiene sana es estar aquí en mi cocina haciendo de comer”, dice Magdalena. “A mí lo que me mantiene es que me encanta la música y amo bailar, bailo hasta con la escoba, me encantan las fiestas”, remata Margarita quien está de visita en casa de su hermana y en unas horas de viajará de regreso a Chihuahua.

Ambas están orgullosas porque pudieron criar hijas e hijos de bien, algunos hasta lograron estudiar una licenciatura o más. algo impensado para ellas en sus tiempos, también han podido viajar al lado de sus hijas, hijos y nietos, incluso fuera del país, algo que no tenían en mente pudiera suceder alguna vez.

Doña Magdalena ha tenido varias caídas, ocasionándoles operaciones de cadera, una rodilla, el hombro… aunque su movilidad es más limitada de lo que quisiera, de pronto a escondidas baja a ver sus plantas que tanto le gustan y en las que contempla a los chupaflores que de vez en cundo se posan en alguna flor mientras revolotean maravillosamente en su colorido esplendor.

Y así la vida de Magdalena y Margarita nos demuestra que el amor es la esencia que mueve al mundo y el único capaz de sanarlo.

Compartiendo el pan y la sal

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