Por Gabriel Páramo///Semillero65
Ciudad de México,(06-10-2025).-Dice el gran escritor Bernardo Fernández Bef que la ciencia ficción y la novela negra son dos hermanas; la segunda, es más o menos aceptada en los grandes salones de La Literatura, se le recibe razonablemente bien en las tertulias y bibliotecas; es más bien modosita y, ahora, bien portada. Vamos, es la hermana fresa, mientras que la ciencia ficción es mal vista, molesta, incomprendida y hasta despreciada; es la hermana punk.
Desde que era relativamente chico, poco después de pasar la época en que solo leía Julio Verne, y por influencia de este, yo empecé a leer novelas de ciencia ficción y me enganché para siempre con esa hermana punk (aunque sin dejar de hacerle ojitos a la hermana fresa). Seguramente fue por influencia de mi mamá, que leía como enloquecida ese género y conseguía un montón de libros y publicaciones; por la influencia de las series de televisión y películas de ese tiempo, desde Viaje al fondo del mar, Perdidos en el espacio y Viaje a las estrellas, hasta El planeta de los simios, 2001 Odisea en el espacio o Naves misteriosas.
Sacando dinero de no sé dónde gracias a la prodigiosa habilidad de mi mamá para ahorrar, compramos en Sanborns, cada cierto tiempo, la colección de Bruguera de ciencia ficción que antologaba los mejores relatos del género que se publicaban en Estados Unidos y Europa, y que tenía ediciones especiales insustituibles como Lo mejor de la ciencia ficción rusa y de otros países poco leídos en esos tiempos.
Recuerdo con especial cariño a Javier Salido, un hombre culto y generoso, que tenía una pequeña agencia de prensa donde mi papá encontró durante años trabajo adicional para mantener a una numerosa y demandante familia, y que, por cierto, Javier también me dio algunos trabajos de corrección en mis primeros años de matrimonio. Pues Javier Salido nos presentó la obra de Ray Bradbury, autor que mi papá sigue leyendo a pesar de que “no le gusta la ciencia ficción” y cuyas crónicas marcianas son para mí una de las cumbres de la creación literaria.
Como ya he contado en otras historias, mi mamá, quien era una persona poco convencional, nos llevó a ver en el cine Latino las películas originales de Flash Gordon, vi con ella las mejores películas del género y con nosotros no se perdía capítulo de Viaje a las estrellas, Perdidos en el espacio o El túnel del tiempo y, lo que es mejor, nos animaba a comentarlos, a criticarlos y a pensar qué haríamos nosotros o cómo resolveríamos tal o cual parte de la trama.
En casa, de niños, los hermanos Páramo Chávez mayores vivimos en relativa estrechez económica, en un departamento pequeño, pero bien situado, con poca ropa nueva, pero comida más que buena, y eso sí, siempre con visitas a museos, conciertos y, sobre todo, libros, que mis papás, siguiendo la divisa de Erasmo de Róterdam “si tengo dinero compro libros; si me sobra, compro pan” jamás nos escatimaron.
Por eso, desde pequeño conocimos la historia de Orson Welles y los simples que creyeron en 1938 que Marte nos invadía, y podíamos reírnos porque nosotros habíamos leído La guerra de los mundos de H. G. Wells y nos habíamos escondido entre las ruinas de los poblados de la campiña británica para escapar de las armas de guerra extraterrestres y sus rayos desintegradores.
Con mi añorado hermano Eugenio vivimos totalmente las historias de Edgar Rice Borroughs, por lo que a mí me gusta imaginar que él no murió, sino que regresó en un cohete a Barsoom, al que los terrícolas conocemos como Marte, y de donde aseguraba venir, a seguir las aventuras con John Carter; Dejah Thoris, la princesa de Helium; Tras Tarkas, orgulloso Jeddak de los tharks; la amable Sola y el leal Woola.
Para escuchar, claro que tenemos a “El visitante” (Armando Suárez, 1980) de Chac Mool, que dice:
Bienvenido a la Tierra
Libertad y amor
Las batallas que miras
Son deporte, señor.
En algunos lugares
La miseria es mejor
Porque sus habitantes
La disfrutan, señor…

