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Árboles ancestrales

Por Pedro Humberto Arriaga Alarcón SJ /// Semillero 65

Entre el cauce de dos ríos que convergen, estoy plantado.
Volteo a mi alrededor, contemplo arboles añejos, raíces de ceibas, sombrean, albergue de nidos, con aves que gorjean al amanecer, atardecer, me envuelve su piar de melodía estruendosa.
Son dos caudales: Son dos caudales: uno es étnico, de raíces ancestrales tseltales, el terruño es prehispánico. El otro tuvo su origen durante la conquista española. en la primera evangelización, de los dominicos, allá por el año 1600. Aquí donde vivo, Chi’lum (Chilon), convergen indígenas y mestizos. Y de entre ellos surgen los ancestros, los abuelos y abuelas. Se mezclan en celebraciones, se apartan en catequesis.
Venerados los mayores de edad, morenos, de respeto galante los mestizos, blancura de su tez. Respetados los tseltales. Apreciados los de otras tierras. Convoqué abiertamente a mayores de sesenta y cinco años, los de tercera edad. El grupo se formó. Por la tarde mensual, de dos horas el encuentro y un retiro, entreverado, de mediodía, nos reunió. Al que acudieron familias. Es todo reciente. Asistieron en su mayoría mestizos. A algunos sus raíces originarias las ocultan en el ramaje amestizado. 
Primero, fue compartir quiénes éramos. Y resultaron parientes varios de ellos. Muy conocidos entre sí, por su participación en la comunidad eclesial. Primera ocasión en que presumían cuántos hijos, nietos, cada uno. Fue la tarjeta de presentación. Doloroso reconocer a los viudos. viudas, -aun con lágrimas de tristeza-. Una orgullosa madre soltera, entre los participantes. 
Nos sentamos para compartir en círculo, formamos la “”rueda de la vida”. Los primeros, en la fila, quiénes tenían sesenta y cinco años, (condicionante para ser parte del grupo). Estos acumulaban “experiencia de vida”. Seguían los de la década de los setenta, con su acervo de “sabiduría”. Ya en los ochentas acumulan “plenitud” y al llegar a los noventas, “gratitud”, ante la vida. 
En el grupo -que llamamos de “Vida Plena”-, una de las bisabuelas, Elsita, agradecía lo que ha vivido. Ella se basta a si misma, en cuanto a hacer de comer, asear, pintar su casa, etc. Estuve días antes para bendecir su hogar con agua lustral. Y fuimos mostrando habilidades. Iban avanzando con un discreto hablar de si mismo sobre    sus aficiones y habilidades. Milito, llega ya a los 88 años, se levanta a las tres de la mañana y camina dos horas hasta su terreno a trabajar la tierra. No lo hace diario, obviamente. El domingo lo reconozco en la eucaristía comunitaria de la mañana. 
Se inició en la segunda sesión, el compartir pan, -hecho en casa-, empanadas, hojuelas. Ocasión para seguir conviviendo. Pero mes con mes, me capto en el predicamento de por dónde llevar al grupo, qué tipo de formación o temas para ahondar. Aún no encuentro con acierto el hilo que me saque del laberinto. Necesito guías, textos, que me iluminen mi propio proceso, para compartir. Me atrae la espiritualidad ¿Pero es su necesidad sentida? 
Captó que se vieron honrados con la invitación a formar parte del grupo. El estar viviendo su presente, reconocidos. No orillados, ni arrumbados; aún somos muy capaces, podemos ser útiles, han aceptado la invitación para reunirse y para esto estamos con la necesidad de sentirnos acompañados, en esta etapa de nuestra vida. Yo así lo he vivido, es ahora mi grupo de referencia. No estoy en grupo deportivo, de hobbies, o de AA o de Alanon, es distinto a mi comunidad religiosa. Somos un grupo generacional. Yo soy de los medianos, con mis setenta y siete años. 
En la última sesión, una de las participantes abrió su corazón sufriente, deprimido, le avalaba su esposo con serenidad. Propuse se colocara esta pareja, en el centro, renovaron sus votos matrimoniales, ser fieles “en la salud y en la enfermedad”. Todos en círculo, alrededor de ellos, extendimos las manos, para orar por ellos y bendecirlos. Percibía una energía muy densa en las palmas de mis manos; así lo expresé, alguna lo afirmo. Coloqué mis manos sobre el enlace de las suyas. 
Nos percibimos como las aves de las ceibas, que pian al atardecer, esperando el último nido. Por ello nos buscamos para gorjear, en nuestro presente, al unísono. 
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