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Atlantis

Por Gabriel Páramo///Semillero65


(Ciudad de México,06-11-2025).-A propósito de “Un día cualquiera”, mi más reciente entrega para la revista electrónica Pálido punto de luz (https://palido.deluz.com.mx/numero-182/182-la-clase/1508-182-tema-del-mes/2510-un-dia-cualquiera), mi papá me escribe y menciona “mi muy desagradable estancia en el Franco Inglés”.

He estado reflexionando sobre ese supuesto desagrado y creo que, como la mayoría de la vida, al menos como la he vivido, el Franco Inglés tuvo sus momentos traumáticos, que aún me causan pesadillas, pero también, momentos irrepetibles y maravillosos que contribuyeron a construirme.

La disciplina absurda y casi militar a la que nos sometían me marcó de muchas maneras, al grado que aún ahora me cuesta trabajo cruzar una señal de “no pase”, pero al mismo tiempo, me produce gran satisfacción encontrar formas de saltarme las reglas o “engañar al sistema”, lo que aprendí en esos años del Franco Inglés.

Puedo recordar que algunos profesores que, como Jano, tenían dos rostros que en mi caso eran una dualidad terrible-amable. El profesor Ling, un ingeniero muy joven en ese entonces (y panista), que para mí, tenía una incapacidad de enseñar matemáticas a algunos casos terminales como yo, pero que contaba historias fabulosas sobre ciencia y técnica, y organizó una excursión al Museo de Antropología para ver la exposición de piedras lunares traídas por el Apolo.

Otro maestro cuyas historias me impresionan hasta ahora era el licenciado Muggenburg, extraordinariamente conservador y nada oculto simpatizante de los nazis, que como Salvador Borrego y Carlos Alvear veía comunistas por todos lados y vaticinaba que el quinto centenario del “descubrimiento” de América se celebraría majestuosamente, a menos que los comunistas se hubieran apoderado de nosotros.

Las narraciones de Muggenburg eran atrayentes y, como recuerda Gerardo María en su genial libro “Fábrica de conciencias descompuestas”, envenenadas e insidiosas. Sin embargo, su odio a los estadounidenses ayudó a que nunca olvidara la defensa de muchos mexicanos ante una invasión injusta y abusiva, y la amenaza que se alza sobre nosotros.

Hubo, claro, otros profesores Jano, como Turati, de dibujo técnico, que me hizo sufrir lo indecible y soportar regaños y castigos salvajes de mi mamá, pero me enseñó a entender planos y mapas.

Pero, sobre todo, el Franco Inglés fue la tierra de Atlantis (1968), donde los amigos y la fantasía tomaban forma, como en la canción de Donovan:

But a remnant of The Atlantian culture
The antediluvian kings colonised the world
All the Gods who play in the mythological dramas
In all legends from all lands were from far Atlantis
Knowing her fate
Atlantis sent out ships to all corners of the Earth

On board were the Twelve
The poet, the physician, The farmer, the scientist
The magician and the other so-called Gods of our legends
Though Gods they were
And as the elders of our time choose to remain blind
Let us rejoice
And let us sing
And dance and ring in the new Hail Atlantis!*

Allí conocí a Julio César Martínez Romero, amigo inseparable con el que recorrí el fondo del mar, los desiertos de Australia y las ciudades construidas en las nubes; a Juan Antonio Ocaranza, de quien tengo el privilegio de que a pesar de la distancia seguimos siendo buenos amigos; a Luis Jorge Lomelí, a quien me encuentro cada diez mil años y me da mucho gusto verlo; a Gustavo Carrillo, con cuya familia fuimos muy cercanos, además de muchos más que no nombro para no alargar esta columna al infinito.

O sea que la respuesta a mi papá es que no fue una estancia nada desagradable, sino interesante (y no olvidemos lo que los chinos aseguran de los tiempos interesantes).

*
Pero un vestigio de la cultura atlante
Los reyes antediluvianos colonizaron el mundo.
Todos los dioses que actúan en los dramas mitológicos,
en todas las leyendas de todos los pueblos, provenían de la lejana Atlántida.
Conociendo su destino,
Atlántida envió naves a todos los rincones de la Tierra.

A bordo iban los Doce:
el poeta, el médico, el agricultor, el científico,
el mago y los otros llamados dioses de nuestras leyendas.
Pues dioses eran.
Y mientras los ancianos de nuestro tiempo eligen permanecer ciegos,
alegrémonos,
cantemos,
bailemos y hagamos sonar las campanas del nuevo ¡salve, Atlántida!

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