Por Gabriel Páramo ///Semillero65
Ciudad de México,(03-03-2025).-Esta semana mi sobrina Mara y sus hijos fueron “El Paraíso”, una de las playas cercanas a Colima, a reunirse con el recuerdo de mi hermano Eugenio. Desde las alturas de la Ciudad de México, donde el calor de mediodía te cuece y el frío de la tarde o la mañana se mete en los huesos (sí, soy un viejillo obsesionado con el clima) veo el video y las fotos que me envían con sus saludos.
Mis sobrinos-nietos celebran la vida de mi hermano en el mar, que él tanto amó, y lo recuerdan como a él le gustaría que lo recordaran, como una fuerza vital, despojada de los defectos y debilidades que pudo haber tenido. Algunos dicen, critican, que de los muertos “solo se hablan cosas buenas”. Yo creo que así debe ser, porque las palabras que les dedicamos, que son la interpretación de nuestros pensamientos y deseos, deben ser de amor, y si no es así, para qué recordarlos.
Mi hermano y mi mamá, y tal vez yo también un poco, creían profundamente en que uno vivía mientras era recordado. En ese sentido, me gusta ver a Eugenio en los ojos de sus nietos, que tanto se parecen a él, por más que cada uno tiene su propio carácter y personalidad; también me gusta mirarlo en las olas del milenario mar cuando llegan a la playa, o en la ardiente tarde que rememora el funeral vikingo que tanto le hubiera gustado.
En diciembre mi hija Elba me dio una tarjeta de Yule en la que me escribe: “…sé que algunas veces nos gana la maldición Páramo del desapego…”, y tiene razón, mi familia ha sido tradicionalmente lejana, y no lejana por odios o rencores, sino simplemente lejana porque sí, porque el tiempo va pasando y de repente nos damos cuenta de que los años han dejado atrás a las personas que amamos.
Las circunstancias me han hecho estar lejos de mucha gente que quiero, como mis tres hijas o mis nietos y nietas; de mi papá y de amigos y familiares, así que puedo valorar más una de las ventajas de haber llegado casi a las siete décadas de vida, que es poder disfrutar de muchos desarrollos tecnológicos que en mi infancia y juventud pertenecían, tal vez, al dominio de la ciencia ficción. Ahora, con las aplicaciones de mensajería puedo recibir regalos invaluables como la voz de mi papá que vive cerca de San Francisco, California; videos y fotos de mis nietos y mi hija en Marsella, o como en el caso de esta columna, las fotos y videos de Mara y sus hijos, que ignorando la tradición maligna que mencioné en el párrafo anterior, se mantienen en contacto conmigo.
Cuando era pequeño mi papá nos dio a conocer al músico Ravi Shankar (1920-2012), un compositor y virtuoso del sitar. Por él, fui conociendo música y culturas muy alejadas de lo que podía escucharse en la radio comercial de esa (y de esta) época, aunque no de Radio UNAM o, posteriormente, de Radio Educación, de las que ya hablaré en otra columna. Precisamente de ese mundo diferente y milenario, tomaré prestado el nombre de la columna de hoy, Mahaa Mrityunjay* (“Oración para enfrentar a la gran muerte”) tomada del disco Chants of India (Ravi Shankar 1997) producido tal vez por el mejor Beatle, George Harrison.
ॐ त्र्यम्बकं यजामहे सुगन्धिं पुष्टिवर्धनम् |
उर्वारुकमिव बन्धनान्मृत्योर्मुक्षीय माऽमृतात् ||
Aum Tryambakam yajaamahe sugandhim pushtivardhanam |
Urvaarukamiva bandhanaan-mrityormuksheeya maamritaat
Adoramos a Aquel que tiene tres ojos, quien es fragante y que nutre a todos.
Como el fruto se despega de la atadura del tallo, que seamos liberados de la muerte, de la mortalidad.