Por Gabriel Páramo///Semillero65
Ciudad de México,(12-09-2025).-Hace 52 años un golpe cívico militar acabó con el primer gobierno socialista elegido popularmente en América. Con el apoyo estadounidense, la democracia cristiana y los estamentos más rancios de la derecha chilena, los militares, encabezados por un traicionero Pinochet asesinaron al doctor Salvador Allende, persiguieron trabajadores, estudiantes, amas de casa, pobladores, maestros; llenaron el estadio Nacional de presos y forzaron el exilio de miles.
El tema de Allende era muy recurrente en mi entorno. Como mi papá era ferviente escucha de Radio Universidad, muy frecuentemente oímos música chilena, de la nueva sobre todo, y múltiples programas de análisis. Recuerdo desde la época de felicidad hasta las denuncias cada vez más urgentes del intervencionismo gringo y las acciones de la derecha local.
En todos los periódicos se leían noticias; el gobierno de Luis Echeverría, en la conocida modalidad de los regímenes mexicanos de “candil de la calle…” expresaba su apoyo al gobierno de la Unidad Popular. Por esas épocas, alrededor de mis 15 años, yo era muy amigo de un personaje al que mi amigo Juan Antonio Ocaranza, su hermana Rebeca y yo hemos decidido darle el nombre clave de Le Doctoreur.
Le Doctoreur era hijo de un médico alcohólico que vivía en una casa antigua y, en mi memoria, grande, de Santa Julia, barrio que colindaba con el Franco Inglés donde estudiábamos. Llevamos muy buena amistad en esos años y, sobre todo, gracias a él empecé a leer libros de marxismo. Me regaló el Manifiesto del Partido Comunista y varios más de Lenin e, incluso, de Mao. No solo eso, sino que me explicaba la forma de trabajar del estado soviético, la importancia del trabajo colectivo, el ejemplo revolucionario de Fidel Castro en Cuba. Fue, sin lugar a dudas, mi gran introducción al pensamiento no solo comunista, sino de izquierda en general.
La historia de Le Doctoreur no deja de ser chistosa, porque con el pasar de los años estudió alguna ingeniería y luego posgrados en Bélgica, de donde obtuvo la extraña idea de que hay una conjura internacional contra ese país y sus nacionales, liderada por la izquierda internacional (no podía ser de otra manera) que busca erradicarlos del mapa, que el genocidio del rey Leopoldo no es más que una mentira (de los comunistas, claro). Ha adoptado Le Doctoreur los postulados más rancios de la derecha, desde creer que Maximiliano era un santo que los mexicanos no nos merecíamos hasta un guadalupanismo militante y feroz.
Recuerdo el 13 de septiembre de 1973, cuando empezaron a llegar noticias por radio y televisión de la situación en Chile. Como suele ocurrir, en un principio todo era confuso, sobre todo porque desde hacía semanas se sabía que algo ocurriría en ese país. Recuerdo que se armó una marcha de repudio por Paseo de la Reforma, escuchamos la condena de Echeverría y los ofrecimientos de ayuda que al final salvarían la vida de cientos de personas.
De muchas maneras el golpe militar fascista de Chile marca de muchas formas el fin de la inocencia para mí. Los cambios iban para largo, el enemigo estaba presente incluso entre quienes no veíamos tan malvados, Estados Unidos aumentaba su influencia maligna por el mundo. También fueron de los últimos años de México con presencia determinante en el escenario internacional. Más allá de las acciones criminales de Echeverría en el nivel doméstico y de su tan sospechosa pertenencia a la CIA (dada a conocer, precisamente, por la CIA), México supo dar apoyo al exilio chileno, y al de muchos otros hermanos latinoamericanos cuando más lo necesitaban.
Mi vida fue adquiriendo nuevas formas. Más tarde conocí a un montón de chilenos, y con algunos de ellos llevé una gran amistad, aunque otros marcaron capítulos extraños en mi vida. Casa de Chile en México fue un lugar de encuentro común y el conocimiento de la cultura de ese país, como ocurriría con mis conocidos sudamericanos principalmente de Uruguay y Argentina irían marcando cada vez más la idea de que Latinoamérica no es un conjunto de países, sino nuestra patria común.
Y siempre, siempre, el anhelo cantado por Pablo Milanés (1976):
Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes
Yo vendré del desierto calcinante
Y saldré de los bosques y los lagos
Y evocaré en un cerro de Santiago
A mis hermanos que murieron antes
Yo unido al que hizo mucho y poco
Al que quiere la patria liberada
Dispararé las primeras balas
Más temprano que tarde sin reposo
Retornarán los libros, las canciones
Que quemaron las manos asesinas
Renacerá mi pueblo de su ruina
Y pagarán su culpa los traidores
Un niño jugará en una alameda
Y cantará con sus amigos nuevos
Y ese canto será el canto del suelo
A una vida segada en La Moneda
Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes
Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes