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Gabrielillo de mi vida

Por Gabriel Páramo///Semillero65

Ciudad de México,(04-12-2025).-Para poetas, García Lorca. Lo digo y lo sostengo. Recién cumplí 68 años y mi padre de 91 me envía un mensaje en el que me pone:

¡Ay, San Gabriel de mis ojos!
¡Gabrielillo de mi vida!

Me conmueve este mensaje sencillo y profundo de un poeta injusta y vilmente asesinado por los fascistas españoles que, desgraciadamente, aún tienen bastante peso en la mártir España.

Mi vida, como ya he contado miles de veces a mis pacientes lectores, estuvo llena de ñoñería. Al tiempo que mi papá nos leía, e incluso representábamos, pasajes shakesperianos de Ricardo III, Julio César o Macbeth, mi mamá nos explicaba los viajes de Ulises o el panteón mesoamericano.

Pero siempre, con las estrellas de fondo, para mamá y papá estaba Federico, desde que éramos muy pequeñitos:

El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.

Han perdido sin querer
su anillo de desposados.

¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!

Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.

El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.

¡Miradlos qué viejos son!

¡Qué viejos son los lagartos!

¡Ay, cómo lloran y lloran,
¡ay! ¡ay! cómo están llorando!

Pero, como la poesía, desde esta estrujante sencillez, las historias fueron adquiriendo cada vez más claroscuros y emoción, hasta llegar al Romancero gitano, con alguna de las muchas musicalizaciones que existen. Para mi cumpleaños, que acaba de pasar, me gusta esta, en versión la bulería Romance de la Guardia Civil, con Antonio Cortés, en la guitarra, y la participación de Vicente Pradal, Luis de Almería, Cristo Cortés, Concha Tavora, Sabrina Romero y Manuel Gutiérrez:

Los caballos negros son.

Las herraduras son negras.

Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera

Tienen, por eso no lloran de plomo las calaveras. Con el alma de charol vienen por la carretera.

Jorobados y nocturnos, por donde animan ordenan silencios de goma oscura y miedos de fina arena.

Pasan, si quieren pasar, y ocultan en la cabeza una vaga astronomía de pistolas inconcretas.

¡Oh ciudad de los gitanos!

En las esquinas banderas.

La luna y la calabaza con las guindas en conserva.

¡Oh ciudad de los gitanos!

¿Quién te vio y no te recuerda?

Ciudad de dolor y almizcle, con las torres de canela.

Cuando llegaba la noche, noche que noche nochera, los gitanos en sus fraguas forjaban soles y flechas.

Un caballo malherido, llamaba a todas las puertas.

Gallos de vidrio cantaban por Jerez de la Frontera.

El viento, vuelve desnudo la esquina de la sorpresa, en la noche platinoche noche, que noche nochera.

La Virgen y San José perdieron sus castañuelas, y buscan a los gitanos para ver si las encuentran.

La Virgen viene vestida, con un traje de alcaldesa de papel de chocolate con los collares de almendras.

San José mueve los brazos bajo una capa de seda.

Detrás va Pedro Domecq con tres sultanes de Persia.

La media luna soñaba un éxtasis de cigüeña.

Estandartes y faroles invaden las azoteas.

Por los espejos sollozan bailarinas sin caderas.

Agua y sombra, sombra y agua por Jerez de la Frontera.

¡Oh ciudad de los gitanos!

En las esquinas banderas.

Apaga tus verdes luces que viene la benemérita.

¡Oh ciudad de los gitanos!

¿Quién te vio y no te recuerda?

Dejadla lejos del mar, sin peines para sus crenchas.

Avanzan de dos en fondo a la ciudad de la fiesta.

Un rumor de siemprevivas invade las cartucheras.

Avanzan de dos en fondo.

Doble nocturno de tela.

El cielo, se les antoja, una vitrina de espuelas.

La ciudad libre de miedo, multiplicaba sus puertas.

Cuarenta guardias civiles entran a saco por ellas.

Los relojes se pararon, y el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas.

Un vuelo de gritos largos se levantó en las veletas.

Los sables cortan las brisas que los cascos atropellan.

Por las calles de penumbra, huyen las gitanas viejas con los caballos dormidos y las orzas de monedas.

Por las calles empinadas suben las capas siniestras, dejando atrás fugaces remolinos de tijeras.
En el Portal de Belén los gitanos se congregan.

San José, lleno de heridas, amortaja a una doncella.

Tercos fusiles agudos por toda la noche suenan.

La Virgen cura a los niños con salivilla de estrella.

Pero la Guardia Civil avanza sembrando hogueras, donde joven y desnuda la imaginación se quema.

Rosa la de los Camborios, gime sentada en su puerta con sus dos pechos cortados puestos en una bandeja.

Y otras muchachas corrían perseguidas por sus trenzas, en un aire donde estallan rosas de pólvora negra.

Cuando todos los tejados eran surcos en la tierra, el alba meció sus hombros en largo perfil de piedra.

¡Oh ciudad de los gitanos!

La Guardia Civil se aleja por un túnel de silencio mientras las llamas te cercan.


¡Oh ciudad de los gitanos!

¿Quién te vio y no te recuerda? Que te busquen en mi frente. Juego de luna y arena.

Porque, para que nadie se equivoque, la letra de Federico García Lorca era una poesía con causa, combativa, que no se arredraba si había que señalar crímenes, si debía alzar la voz por pueblos, como el gitano, víctima de la segregación y el miedo.

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