Por Gabriel Páramo////Semillero65
Ciudad de México,(28-10-2024).-Aunque no todo en la vejez es terrible, hay algo a lo que no me he podido acostumbrar. De viejo empiezas a sentir órganos y extremidades que el medio siglo largo anterior habían pasado inadvertidas, además de que el oído se deteriora, la piel se llena de manchas y los procesos mentales se hacen pesados, como mamut caminando por un cenagal pleistocénico.
Ser viejo es encontrar multitud de dolores y dolorcitos. Las rodillas crujen si eres gordo, pero también si eres flaco o mediano; lesiones ocurridas hace cinco décadas en algún olvidado partido de básquet, reaparecen como secuelas de películas de monstruos de serie B.
Mucha gente, sobre todo los jóvenes, gustan de tratar de consolar a los viejos diciéndonos que “la edad se lleva en el corazón” y boberas por el estilo. Pues no, la edad es el resultado de restar tu año de nacimiento al año en que estás viviendo.
Sin embargo, aunque parezca diferente, yo no creo que ser viejo sea el summum del sufrimiento. Para empezar, sufrir los dolorcitos y molestias significa que estás vivo lo que, a menos que tengas una condición incapacitante como Alzheimer es una bendición.
Además, los viejos hemos aprendido mucho, hemos visto portentos y maravillas (y un montón de cosas simples e intrascendentes), hemos conocido a mucha gente y hemos estado en cientos o miles de lugares.
También, es emocionante haber vivido en el cotidiano sucesos que ya están en los libros de historia, como la llegada a la Luna o el fin de la guerra fría. Las experiencias acumuladas, desarrolladas y comprendidas solo se pueden conseguir con el tiempo, y ni modo, eso significa que ya te vas haciendo viejo.
En todo caso, despertarse en la parte baja de los 60 es como la canción de 1998 de Cecilia Toussaint, en la que canta:
Me levanto muy rara el día de hoy
Me siento bien, pero me siento mal
Mejor por “ai” me largo a dar el rol
Me siento bien, pero me siento mal