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Ojos azules

Por Gabriel Páramo///Semillero65

Ciudad de México,(05-05-2024).-Entre taxistas y bármanes se disputan, según muchos de los que suelen frecuentarlos, el epíteto de serlos mejores psicólogos, confidentes e informantes. Afirmar que los taxistas permiten conocer el alma de una ciudad es casi uno de esos lugares comunes que, como tal, muchas veces no nos permitimos experimentar.

Ya sea que circulemos por las calles de la Ciudad de México o Montevideo, en Buenos Aires o en Lima, el taxista se convierte muchas veces más que en un personaje, en el protagonista. Conoce los lugares públicos y secretos de las ciudades, tiene historias ocultas, nos hace partícipes de secretos y confidencias. https://www.youtube.com/watch?v=wOGWrbIYPqY

Estos pequeños protagonistas son, sin embargo, fugaces, desechables en el sentido de que apenas pagamos de buena o mala gana el servicio y nos bajamos del taxi, vuelven al olvido del que solo en muy contadas ocasiones pueden rescatarse.

Hace ya varios años estuve en Venezuela donde todavía estaba presente el comandante Hugo Chávez. En la Caracas de esa época, como en muchas ciudades latinoamericanas, competían por el pasaje diferentes servicios y esquemas de taxis, que sobre todo, se aprovechan de la ignorancia de los turistas.

Había desde las impresionantes Suv’s negras de 50 dólares del aeropuerto internacional de Maiquetía, hasta las kamikazes motocicletas que en minutos sortean los pequeños, pero casi impenetrables embotellamientos que misteriosamente aparecen de la nada en la capital venezolana, sus conductores son muy animados.

Sin embargo, todos tienen en común que platican de política y de béisbol (así lo pronuncian ellos), de lo hermosa que es su ciudad o del caos en el que se ha convertido. La plática es vivaz, rápida y frecuentemente se convierte en monólogo que fluye entre las calles y avenidas caraqueñas, como la de aquel conductor de grandes ojos azules que me recordaron la canción de The Who “Behind Blue Eyes”, donde dice:

No one knows what it’s like

To be the bad man

To be the sad man*

El taxista hablaba venezolano con acento extraño, le gustaba el “fúrbol” (tal cual) y las carreras de autos y añoraba la arbolada Caracas de antaño, de la que derribaron muchos árboles para construir nuevos edificios “como ese que se ve ahí”, y señala el altísimo rascacielos incendiado de las oficinas de tránsito venezolanas, rodeado de edificios de 15 o 20 pisos con sus balcones llenos de ropa oreándose, que bien podrían ser una buena alegoría del desarrollo de las capitales latinoamericanas.

La identificación de conductor señala que se trata de Claudio Riccardi, y ya él me confirma que es un italiano con 50 años en Venezuela, que toda su vida trabajó en fábricas (“antes que otra cosa, soy obrero y chavista, señor, aunque a muchos les pese”) y cuya ilusión máxima había sido retirarse a la Arcadia que para él estaba en el pueblo italiano donde vivía su familia, campesinos muy pobres, pero autosuficientes.

“Lo que allí se come es fresco —contaba, con emoción apenas contenida— recién cosechado; el vino y la cerveza también se hacen ahí y los guardamos en el pozo para que estén frescos. Comemos verduras, quesos, puras cosas frescas y no esas pastas que les gustan en Roma o Nápoli, no, pura comida sana…”

Y entre en las confidencias personales; me cuenta: “nací en 1936 y jamás me había enredado con una mujer hasta 1990 que conocí a una a la que conté mis planes y me dijo que quería compartirlos conmigo. Le dije que yo no quería hijos por mi edad. Me acompañó a Italia, pero al poco tiempo quería regresar porque extrañaba la vida de la ciudad.

Además, estaba embarazada. Regresamos, compré un apartamento, la crisis económica casi terminó con mis ahorros, me enfermé de la pierna y ahora soy taxista. Me va bien, el auto es mío, pero estoy triste. Tal vez me hubiera muerto hace años en mi pueblo, no sé si se pueda añorar lo que jamás se ha tenido, señor, pero no sabe cuánto añoro esa vida que no tuve”.

Como en una mala novela, el final de la narración llegó precisamente cuando entrábamos al estacionamiento del aeropuerto. El olor a mar entró por la ventana y se llevó los recuerdos de la utopía olorosa a tomate y albahaca. Los problemas del cambio de divisas y de trámites engorrosos y desconocidos casi terminaron de borrar la historia.

*”Behind Blue Eyes”, (Pete Townshend, 1971), en Who´s Next, The Who.

Nadie sabe cómo es

Ser el hombre malo

Ser el hombre triste Detrás de ojos azules

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