Por José Alfredo Páramo///Semillero65
Ciudad de México,(27-11-2024).-El periodista, escritor y profesor José Alfredo Páramo (Ciudad de México, 18/5/1934) nos presenta este texto con memoria de un puerto de Acapulco ya muy lejano.
Cerro de la Pinzona y Playa Angosta, entre la bahía y el mar abierto hacia Pie de la Cuesta. Ahí estuvo la Casa del Viento de la que habla Carlos Pellicer en un poema digno de perpetua memoria. Por ese rumbo de Acapulco, compuso Carlos Chávez su Cuarta sinfonía, denominada Romántica. También en el viejo Acapulco Carlos Jiménez Mabarak, quien trabajaba de noche y dormía de día. Un día tuvo una caída, la cual precipitó la declinación de su salud y su posterior fallecimiento
A ese viejo Acapulco, cuando no estaba construida aún la carretera costera ni la carretera de Icacos a Puerto Marqués, estuve ligado durante tanto tiempo, desde mi adolescencia hasta mi temprana juventud. Mi tío Luis de la Cerda, ingeniero civil vivió varios años en Acapulco ya que la compañía donde trabajaba, la Méndez y Villela, se encargó de la construcción de la costera Miguel Alemán desde Caleta hasta el malecón, en el centro de Acapulco. Ingenieros Civiles Asociados (ICA).construyó desde el malecón hasta Icacos.
En numerosas ocasiones fui invitado a la casa de mi tío Luis, quien vivía entre Caleta y La Quebrada. Para construir la costera tuvieron que dinamitar una multitud de laderas montañosas.
En la primera visita, fuimos mi hermano Enrique y yo a Acapulco. Era la primera vez que viajábamos en avión y recuerdo todavía que era un DC3 con las siglas XAGAU. Era de aquellos aviones que se zarandeaban mucho durante el vuelo, caían en las llamadas bolsas de aire, que parece una caída libre y aún tenían bolsas impermeables que podrían utilizarse en caso de que el mareo provocará lo que ya te imaginas.
El primer trabajo de mi vida lo tuve a los 13 años de edad, en el taller mecánico de la compañía Méndez y Villela. Más que un trabajo, se trató de una prueba de mi tío el exmilitar que quería que me volviera yo “muy hombrecito”. Los primeros días me pusieron a romper carbón para las fraguas y luego me enseñaron a asentar válvulas. Tenía que tomar dos autobuses para regresar del taller mecánico a la casa de mi tío Luis. En alguna ocasión, una pareja de estadounidenses a los que llamé mucho la atención me preguntaron si sabía inglés. Les dije una que otra palabra de mi entonces muy escaso vocabulario. Les llamó mucho la atención que a tan corta edad estuviera trabajando y me regalaron unos dólares.
Con mi tío Luis y mi tía Marta fuimos un Año Nuevo al hotel Casablanca. Estuvieron en la mesa de mi tío el capitán y unos marineros del yate Sotavento, propiedad del entonces presidente Miguel Alemán Valdés. Recuerdo que al capitán se le soltó la lengua platicando de las andanzas del presidente, pero sus subordinados trataban de que cambiara la conversación para que no cometiera indiscreciones.