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Cielito, cielo que sí

Por Gabriel Páramo///Semillero65

Ciudad de México,(01-09-2025).-Hace unos 45 años, mi amigo y compañero de carrera, el recordado Eliseo Lugo Plata me invitó a colaborar en el periódico El Heraldo de Toluca, en la capital del Estado de México. Yo sería reportero. La idea me pareció buena y así inicié uno de los periodos más extraños y recordables de mi vida tanto profesional como de mis años de juventud.

Yo tenía alguna experiencia en medios, me gustaba contar historias y empecé a trabajar en uno de los últimos periódicos de México que utilizaba el linotipo que requería del uso de plomo fundido, metal extraordinariamente tóxico que causaba males permanentes. Recuerdo que el linotipista era un señor cadavérico que aparentaba más de 70 años, aunque difícilmente tendría unos 40, al que le costaba hablar.

En una ocasión, por Navidad, hicimos un intercambio de regalos y a él le toco darle a una secretaria jovencísima que trabajaba ahí. “¿Qué le regalo?” –nos preguntaba. Las respuestas que le dábamos eran de compromiso, que si jabones, algo para el baño, un perfume… El día del intercambio el linotipista le entregó a la chica una caja de galletas María llena de los artículos que le habíamos sugerido, aunque los jabones eran Castillo en barra (un antecesor del Zote), estropajos, un papel del baño y cosas por el estilo.

Nos miramos cohibidos entre nosotros, la chica se sonrojó brutalmente, pero al menos –según recuerdo– nadie fue grosero ni hizo malos comentarios al respecto.

Otra particularidad del diario era que sus oficinas y talleres estaban en un anexo de una gasolinería grande con un anuncio que en lugar del nombre del periódico ostentaba uno que marcaba “Diessel Centrifugado”, lo que se compensaba con unas vistas maravillosas del Nevado de Toluca, que brillaba con colores de bronce en la luz de los atardeceres de otoño e invierno.

De entre las muchas historias que puedo contar de Toluca fueron para mí de particular importancia los uruguayos. Conocí a Marta, quien fue mi gran amiga, y que recientemente me volvió a contactar gracias a las redes sociales que permiten salvar, a veces, los abismos del tiempo. Ella era una reportera mucho más seria y disciplinada que yo. Con familiares y amigos había llegado a México huyendo de un gobierno militar y criminal.

Además de una reflexión política muy superior a la mía de aquel tiempo (y sospecho que también de este), sus pláticas me mostraron un mundo que según yo intuía, pero que no conocía, y nació mi determinación de algún día, cuando se pudiera caminar libremente, poder ir aunque fuera a Uruguay, lo que conseguí en un viaje fugaz hace unos 15 años.

Uruguay y Toluca se fueron amalgamando en mi memoria, con las caminatas bajo la llovizna y el frío de la capital mexiquense, los días nublados, las pizzas pequeñitas en horno de piedra que hacían algunos de los uruguayos y las ferias del libro.

En mi memoria se fueron amalgamando Benedetti con Zitarrosa, Onetti con Viglietti, los Olimareños con Quiroga; las pizzas, el vino y el chorizo verde formaron parte de un país imaginario en el que cabían tanto esas combinaciones como las tostadas de haba con nopales con las milanesas y el chivito.

Mi vida en aquellos años era demasiado caótica y enredada. Dejé de trabajar en Toluca, la Ciudad de México y varios sucesos me fueron absorbiendo, y Toluca con mis uruguayos y el frío se fueron quedando en un recuerdo, en el que siempre se escucha como música de fondo, la canción escrita por Benedetti y cantada por Los Olimareños que aún me parece una promesa Cielo del 69.

Cielito, cielo que sí,
cielo del sesenta y nueve,
con el arriba nervioso
y el abajo que se mueve.

Que vengan o que no vengan;
al pueblo nadie lo asfixia.
Que acabe la caridad
y que empiece la justicia.

Que la luna llena brille,
que acabe la cuenta llena.
Que empiece el cuarto menguante
y que mengüe por las buenas.

O por las malas, si no,
o por las peores también.
El mango vayan soltando,
ya no existe la sartén.

Cielito, cielo que sí,
cielo del sesenta y nueve,
con el arriba nervioso
y el abajo que se mueve.

Que vengan o que no vengan,
sabrán igual la noticia:
se acabó la caridad
ya va a empezar la justicia.

Cuando hacen fuego me dicen
que están contra de la violencia,
me dicen cuando dan muerte
que sientan jurisprudencia

Cielito, cielo que no,
cielito, qué le parece,
borrar y empezar de nuevo
y empezar, pese a quien pese.

Mejor se ponen sombrero,
que el aire viene de gloria.
Si no los despeina el viento,
los va a despeinar la historia.

Cielito, cielo que sí,
cielo lindo, linda nube,
con el arriba que baja
y el abajo que se sube.

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